Quizás ya sepais lo que me patina la memoria, lo gamberro, vanidoso y mentiroso que soy, así que no voy a decir si esta historia es o no cierta, me limitaré a comentar que es una leyenda que circula por estas tierras que merece la pena ser contada.
Sería a primeros de los noventa, cuando ya se nos estaba pasado a todos el arroz pero aún nos encontrábamos en plena forma. Más de una hora de pesas y muy bien entrenados en la bici, a base de 100 km al día, quisimos probar suerte, darle una oportunidad a nuestras aspiraciones en competición. El esfuerzo fue enorme, en tiempo, en sacrificio y en dinero.
No hacía mucho tiempo que dos de nuestros protagonistas habían ganado una carrera en Huelva, en sendas categorías. Dos horas de resistencia en la arena. En le Touquet estarían los mejores pilotos del mundo pero pensaban, estaban seguros, de que alguno de ellos haría un podio.
Pero lo que no puede ser no puede ser, y además, es imposible. Y cuando no se tiene ni el dinero ni las motos apropiadas es mejor no intentarlo, tomárselo en plan aventura, so pena de volver a casa trasquilado, tal como pasó.
Como sabéis le Touquet es quizás la carrera de arena más importante del mundo. Cortos de dinero, el Minuto, Manolo y otro tío, que no se si era yo (a estas alturas ya sabréis que mi memoria es tan errática como el curso del Guadiana), se apretujaban en el coche atestado hasta lo indecible de cosas, con sendas motos en el remolque.
Habíamos perdido más de un día de viaje por una pequeña avería. Nos habíamos parado a dormir en tienda de campaña en las lagunas de Ruidera y se nos rompió la correa del ventilador. Al arreglarla, le hicimos sin querer un corte con un destornillador a un manquito del agua, que también tuvimos que cambiar.
Llevábamos retraso. La carrera empezaba dos días después y teníamos que instalarnos, entrenar un poco y preparar las motos. Pasada Barcelona, como siempre íbamos a 120 por la autopista mientras la circulación era densa.
No nos dimos cuenta de nada, porque todos, menos el conductor, que era Manolo, estábamos dormidos. Sonó un golpe seco, los cinturones de seguridad se tensaron, y medio segundo después, un golpe mucho más fuerte, ruidos de frenada del de detrás, y … silencio.
Después de las protocolarias injurias, improperios e insultos al conductor, salimos aturdidos del coche, tanto por estar recién despiertos como por el golpe. Una de las motos, la que estaba en el centro, había roto las correas y salido volando sobre nuestro coche, rozando el techo, golpeando violentamente el techo del coche que nos precedía, -al que habíamos dado el golpe- y cayendo finalmente delante del mismo.
El conductor del otro coche salió y se puso a buscar al conductor de la moto que había volado ante sus ojos, pensando que se había matado. Un montón de coches se pararon, y todos se pusieron a buscar al motorista. En la confusión, y como todos hablaban en catalán y no entendimos bien al principio, hasta nosotros mismos buscamos a alguien que por lo visto se había matado en una moto de campo.
Aclarado el trance y arreglados los papeles del seguro, atamos la moto como pudimos y continuamos, llegando con el parachoques cogido con alambre. El ambiente de los preparativos de la carrera, único en el mundo.
La carrera no nos fue bien. ¿Pero que digo? Nos fue fatal. Agotados antes de empezar y toda la semana sin dormir apenas. Con motos no muy competitivas, nuestras posibilidades de victoria no superaban a una parte entre un billón. No salí mal, sólo 50 tíos delante de mí, que 5 minutos después eran 100. Nos caímos, nos caímos y nos volvimos a caer. A media carrera ya tenía claro que iba a llegar de los últimos. No dábamos crédito.
Antes de salir de Huelva yo les había asegurado que ligaríamos fácilmente. O bien con alguna francesita del pelito corto o bien con alguna catalana, puesto que en Barcelona yo tenía familia política y muchos amigos catalanes. Como estábamos tan doloridos y sin dinero, decidimos pasar de las francesas e ir directamente a Barcelona.
A 50 km de casa de mis primos el coche se nos calentó, yéndosenos la junta de culata. Nos recogieron, llevamos el coche al taller y por fin nos instalamos entre moteros. Y como no hay mal que por bien no venga, hicimos nuevos y buenos amigos, quedándonos tres días más cerca de Barcelona.
Mi primo, muy profesional, nos ayudó a reparar las motos, en su pedazo de taller. Aprendí mucho, no porque nuestros tuviesen mas nivel que nosotros, sino por el cambio de opiniones, costumbres, formas distintas de hacer las cosas, de organizarse.
Al principio de tías nada de nada, porque los catalanes, tan profesionales ellos, ni sacaron el tema. No tardé en comprender la verdadera razón, porque mi primo era maricón, lo que me alegró mucho, porque a los gamberros nos gusta la gente liberal y los gays son campeones de la tolerancia.
En cuanto lo pusimos al corriente de nuestra calentura nos llevó al pub de moda del pueblo, donde no tardamos en encontrar buen género, puesto que los gays están muy bien relacionados con las tias. Nos dimos mucha prisa en ligar, porque sólo disponíamos de una colchoneta en la furgoneta de mi primo. Así que maricón el último, que tendrá que conformarse con el asiento del coche. No me lo pensé y me fui por una polaca alta y delgada, con esa piel bellísima que tienen las eslavas cuando se le sonrojan las mejillas.
Para ligar mi discurso es simple. Me gustaría besarte, le dije, pero no quiero comprometerte y aún sabiendo que me precipito, tengo que decírtelo porque no disponemos de tiempo para que pueda cortejarte como te mereces. La tía me dijo que sí con la mirada y con una suave presión de la mano, que yo se la había cogido para darle mi breve discurso. Sin soltársela y sin decir nada mas para no cagarla me la llevé al furgón, donde me chupó las heridas de la carrera después de que yo le lamiese todas las zonas de su cuerpo que no estaban bronceadas por el sol.
Nos vimos al día siguiente, cuando pudimos hacer el amor varias veces en una buena cama. Para que ella pudiese justificar tanta calentura, me pidió con los ojos que le dijese sinceras palabras de amor entre promesas de nuevos encuentros. No la defraudé para no matar al egoísta duende del sereno placer de después del sexo. Mezclando sutilmente verdades con mentiras, alabé su mirada, su boca, sus piernas, su manera de estar, lo compenetrado que me sentía con ella… pero no volví a verla en mi vida.
Mi primo me dio tres mil duros, lo justo para cruzar España y llegar a casa. Y se negó en redondo a que se los devolviera, a cambio de prometerle invitarlo a la feria de Sevilla y buscarle un plan que no desmereciese los gloriosos días que yo había pasado.
Y volvimos a Huelva cansados, lesionados, sin dinero, con deudas contraídas en Francia, las motos y el coche rotos. Además de la semana de vacaciones que habíamos pedido, perdimos tres días más de trabajo, pero llegamos con recuerdos inolvidables para contar a los nietos, o porque no, narrárselo a los colegas del foro de endureros.
Y aunque no se hasta que punto la historia es verdad, sigo guardando como suvenir la copia de la multa que nos pusieron en el camino.
Continuará.
2 comentarios:
Delicioso relato, que deja bien a las claras lo que ha costado siempre, el poder ir a las carreras. Aunque en este caso son palabras mayores. Le Touquet... casi "na".
Es una de esas carreras tan distinta, tan lejana, y con tanto prestigio, que la hace atractivísima.
Además del relato, ahora a parte es visual... joder que bueno.
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