-PARTE DOS- No debe haber para tanto…
Cuando vi la 500 en el taller la verdad es que pensé que era “otro hierro más” de esos que le traen para que restaure con su buen arte. Pero empezó a contarme batallitas: motores de alta y explosiva potencia, chasis sumamente rígidos que apenas perdonan un fallo, frenos de carbono que te sacan por delante apenas rozarlos… Me dejó unas cuantas revistas donde Dennis Noyes (ese señor que habla curioso durante las retrasmisiones de MotoGP) probaba aquellas bestias que se demostraban inconducibles “y ésta ya lleva el motor “big-bang”, mucho más utilizable”.
La verdad, me parecían un montón de chorradas. Mi moto rinde más potencia y, sí, hay que tenerlos muy puestos para abrirle fuerte, pero yo lo hago. Incluso cuando me ha dejado su “pepino” no he tenido problemas con su motorazo sin mordazas, con su capacidad de paso por curva, con sus contundentes frenos sacados de SBK. Me contaba historietas de largas derrapadas humeantes, pero eso es precisamente algo que a mí me encanta hacer, herencia de mis inicios camperos. Me hablaba de agilidad felina, pero es precisamente eso lo que creo que le falta a una 1000… o sea, mejor todavía para la 500.
Vamos, que tenía muy claro que no había para tanto.
Nuestro llorado López-Mella con una Roc-Yamaha |
Y ha llegado el día de llevarla al circuito. Ha aprovechado que ruedan un par de equipos con los que tiene amistad y que nos dejan compartir el trazado, por lo que no habrá mucho tráfico en pista. Me ha pedido que le acompañe y que traiga mi equipamiento, porque le hace ilusión que le siga con su 1000 y le grabe con la cámara portátil. Rodar, y encima gratis… como resistirse.
Hemos calentado los motores, pero en él con la 500 he notado un “algo especial”, ha sido muy minucioso en ello, pese a que según él los cilindros y pistones están buenos y no necesitan rodaje, solo algo de cuidado en las primeras vueltas. Se ha tirado un buen rato mirando con detenimiento la estación barométrica y unas tablas de ajuste, toqueteando los carburadores hasta que la ha oído sonar fina. Cuando está todo a su gusto, pone el carenado, quitamos los calentadores de neumáticos y me pide que le empuje un poco para evitar hacer patinar mucho el embrague en seco. Y sale a la pista.
Visto por detrás, al principio no intimida nada porque tal como me había dicho, iba a rodar un poco el motor y a calentar bien los discos de carbono. Sale de las curvas y solo le abre cuando está bien recto “tal como se debe hacer con estas motos”. Para estar calentando, se marca unos buenos caballitos. El sonido, y el olor, son deliciosos. Hemos dado algo más de tres vueltas (a ritmo de paseo) y con un “pulgar en alto” me indica que vamos a empezar, toca encender la cámara.
Llegamos a la recta y lo veo abrir fuerte. Creo que me ha pillado desprevenido porque la 500, a una rueda cada vez que cambiaba de marcha, me ha sacado un montón de metros acelerando, mientras aspiro su olor dulzón a aceite quemado. Lo veo levantarse para frenar y casi me lo como… parece que se haya quedado parado. La curva la hace bastante lento, algo que se repetirá en todas, pero de ellas sale con una aceleración brutal en cuanto la pone recta, y si lo he visto bien en algunos momentos se peleaba con un largo caballito mientras su neumático trasero parecía echar humo… debo haberme equivocado, seguro.
Paramos y lo veo sudoroso, con la cara crispada. Estira un poco los brazos y se dedica a toquetear las suspensiones. La arranca con un empujón y toquetea un poco la carburación. Le añade gasolina, “esta vez sin tanto aceite”. Me mira y con un gesto me indica que volvemos a pista.
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