Nada de lo que aquí se dice es ficción. Unos señores hace medio millón de años aprendieron a hacer fuego. Esta es la parte que nos concierne.....
No ha sido suficientemente reconocido por el momento hasta qué punto vivimos una etapa de cambio crucial en la historia de la humanidad. Quisiera ilustrar esta idea con una anécdota personal. Cuando llegué a Huelva, a principios de los años 80, hice una buena pandilla de amigos aficionados a las motos de campo. Teníamos a Mazagón como punto de encuentro, en las postrimerías del parque nacional de Doñana. Las 50.000 hectáreas que ahora constituyen el pre-parque y se encuentran fuertemente vigiladas, eran entonces terreno abierto, donde circulábamos libremente. Los vehículos todo terreno no estaban prohibidos. En Huelva los moteros disponíamos de algo más de un millón de hectáreas.
El parque estaba mal protegido, las alambradas rotas y era frecuente ver fundas de cartuchos usados en el suelo. En el interior del coto enormes extensiones completamente llanas quedan desecadas en verano, siendo posible circular en coche o moto. Durante un tiempo, nos dedicamos a buscar ciervos y jabalís, y una vez vistos los perseguíamos durante unos minutos.
Era posible recorrer cuarenta kilómetros por la orilla del mar, desde el mismo Mazagón hasta la desembocadura del Guadalquivir. Una barcaza unía ambas orillas del río. En las playas del coto se formo una colonia de chabolas, donde algunos miles de sevillanos poco pudientes pasaban el verano. Todo cambio súbitamente. Ocurrió el primer año que Felipe González veraneó en el coto. Quizás fue en 1.984. A la altura de Matalascañas (pueblo costero más cercano a la reserva) se levantó una empalizada, de forma que los veraneantes no podían acceder a las playas del coto. La barcaza se prohibió, se sellaron las alambradas y a modo de aviso se pusieron algunas fuertes multas. Aunque algún motorista se vio afectado, la peor parte se la llevaron los cazadores, y sobre todo los aficionados a la red para coger pajaritos.
Han transcurrido veinte años y las cosas han cambiado sensiblemente. Ha aumentado el número de garzas, ciervos, nutrias, águilas, buitres, e incluso linces. El coto está muy bien alambrado y protegido gracias al empleo de abundantes recursos humanos y técnicos, como torres y cámaras de vigilancia.
Pero volvamos a las motos. Huelva dispone de un entorno privilegiado para los vehículos de campo. Suaves montañas y bellísimos paisajes, con abundantes lagos. Buen clima y muy baja demografía fuera de las costas, con amplios espacios sin urbanizar. Existe una gran afición, disponiendo de circuitos de enduro en varios pueblos, como Valverde, Zalamea, Villarrasa, Nerva, Cartaya, Mazagón, la Palma, Rio Piedras, Almonte... En Huelva se celebran varias carreras del campeonato de enduro de Andalucía, de España, de Europa y del mundo. Huelva es considerada por el ambiente motero como una de las capitales del mundo del enduro. Apenas somos unos cientos de endureros y disponemos de no menos de 15 circuitos.
Concurren una serie de circunstancias para que esto sea así, a pesar de que en Huelva la mitad del territorio es parque nacional, estando estrictamente protegido. En primer lugar y de forma destacada, Andalucía es la autonomía más permisiva en cuanto al uso del medio por la población.
Hace cinco años visité Galicia, donde en las rías bajas conocí a una pandilla de moteros. Estando ellos en la puerta de un taller, me paré a observarlos, entablando rápidamente conversación. Sólo al mencionar que soy de Huelva se les iluminaron los ojos. ¿Es cierto que allí podéis andar libremente por donde queráis? ¿Es cierto que la policía no la tiene tomada con vosotros? Cuando les conté que era así y que incluso la mayoría de la guardia civil era motera, sus sonrisas no cabían en sus caras.
Les conté que aquí podemos circular libremente por fincas privadas mientras no medie denuncia. En los pueblos de la sierra son los motoclub los que regulan el acceso al campo. Siendo ellos del pueblo y estando autorizados por los dueños, quien quiera salir por su zona debe de ir acompañado por alguien del pueblo, o tener su permiso, igual que el que quiera cazar siendo coto.
Les conté que mi pandilla de Mazagón, (pueblo de la costa a 20 km de Huelva) podíamos andar por las dunas del preparque de Doñana, durante kilómetros, y aunque bajar a la playa está prohibido, apenas se persigue siempre que no haya bañistas. Les conté que una vez al año hacemos una ruta de 300 km. por carriles y campo a través, recorriendo buena parte de la provincia. Con tristeza y sana envidia me explicaron que en Galicia eso es imposible y que los persiguen por todos los motivos imaginables. Algunos de ellos habían estado detenidos. Muchos habían pagado fuertes multas. Esto es así en la mayoría de las comunidades autónomas.
En los últimos cinco años las cosas han cambiado sensiblemente en Huelva, en la única dirección posible que pueden cambiar. A la costa ni pensar en acercarnos. En la sierra, nuevas fincas han sido cercadas, y el territorio protegido, que se ha ampliado, está definitivamente clausurado para los vehículos de campo. No han procesado a nadie por lo penal, pero nos paran y piden los papeles, terminando alguno que otro declarando en el cuartelillo. El terreno al que tenemos libre acceso ha quedado reducido a la miserable cifra de 350.000 hectáreas.
Cuando tenía dieciséis años mi padre me compro una moto, mitad de ciudad, mitad de campo. En aquel entonces existía una afición muy limitada, y el número de motos en circulación por el monte era mínimo. Las motos, incluso las más caras, eran primitivas considerando los estándares de principios del sigo XXI. Siempre veraneé en Morón de la Frontera, un pueblo que está a 60 Km. de Sevilla. Toda la provincia podía ser recorrida sin pisar el asfalto. No existían ni reglas ni fronteras. Incluso las fincas alambradas solían tener la puerta abierta. Circular no era ilegal, no importa por donde fuese. Conocí parajes maravillosos, deshabitados e inaccesibles, que sólo eran visitados por algún cabrero y escasos montañeros. A algunos de ellos no he vuelto, porque están en el corazón de zonas protegidas, pero la mayoría de los que hoy es posible visitar disponen de restaurante, alquilan caballos, visitas organizadas, parking para coches y autobuses, etc.
Escribo estos párrafos a mediados de 2.003 y tengo 44 años. Cada fin de semana, al levantarme, desde la terraza de mi casa de la sierra, miro el paisaje que voy a recorrer durante el día. Como siempre, vuelvo a sentir que desplazarse libre por el campo sólo ha sido posible durante el breve intervalo de mi vida y que pronto dejará de serlo. Mientras desayuno, machaconamente vuelven a mi mente los mismos pensamientos. Cuando yo nací, no existían amortiguadores que mereciesen ese nombre. En la próxima década, cuando yo me retire de las motos, ya sólo será accesible una pequeña parte del territorio, y las leyes de Andalucía se asemejaran a las de la mayoría de las comunidades autónomas, donde circular campo a través es más duramente perseguido. Mientras mis colegas recogen el desayuno y discuten la ruta que vamos a recorrer, me impongo la obligación de escribir lo que sucede, sonriéndome con satisfacción por saber que piso la última frontera. Durante un millón de años las motos de campo no han existido. En las próximas décadas serán prohibidas, y así seguirán durante el próximo millón de años. Como decía unos párrafos más arriba, el periodo de cambio que nos ha tocado vivir no ha sido reconocido suficientemente. Durante milenios los siglos XX y XXI serán recordados con envidia: tiempos en los que el hombre ya tenía los medios para dominar el entorno y aún se podía seguir disfrutando la naturaleza libremente. Nos sucede que al igual que un niño, no somos buenos observadores para apreciar nuestro propio crecimiento.
Continuará …
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