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El jueves, puntual, Rafa llamó
a la puerta del pisito. Alicia abrió y le hizo pasar. Se había
propuesto mantener las distancias. Le aclaró que aquel encuentro no
iba a ir más allá de una conversación profesora-alumno.
-Lo que tú digas, profa. Había preparado un discurso. Aquella situación resultaba insostenible. No quería continuar permitiendo que ocurriera nada más que implicara que ella la toleraba. Le indicó el sillón del saloncito, “siéntate”, ordenó. Le ofreció un refresco, “no se te ocurra levantarte de ahí, ni seguirme a la cocina”. Rafa sonrió irónico, “tranqui, profa, no me muevo”. Alicia volvió con las bebidas, se sentó frente a él, en el sofá, le pidió que la dejara hablar sin interrupciones y dio comienzo a la charla. Le explicó que comprendía la fascinación que una profesora de aspecto algo más juvenil que el resto podía despertar en un alumno, sobre todo en una edad en que sus hormonas estaban revolucionadas, pero tenía que ser razonable: era sólo un capricho, “eres muy joven, es natural que confundas tus sentimientos, y yo no quiero, ni debo, jugar con ellos”, hizo una pequeña pausa antes de seguir.
-También es verdad que me
gustas –le confesó –. Es evidente, y, por mi parte, sería
estúpido negarlo. Me gusta tu espontaneidad, tu desparpajo, y me
gusta el hombre que adivino en ti. Pero estoy enamorada de mi marido.
Mi relación con Juan es muy importante en mi vida. No voy a ponerla
en peligro por ningún motivo. La broma ha llegado demasiado lejos.
Asumo toda la responsabilidad, por no haber sabido cortar por lo
sano. Esto es absurdo. Y para colmo, a los ojos de todo el mundo,
inconveniente y amoral. ¿Te imaginas el escándalo si se descubriera
lo que está pasando?
-No está pasando nada, qué más
quisiera yo.
-Te
he dicho que no me interrumpas. ¿Qué crees que habría pasado si
alguien nos hubiera visto besarnos el otro día? No tengo que decirte
lo tradicional que es la gente. Sería la comidilla del instituto,
del pueblo, llegaría hasta la Consejería de Educación. Me puede
acarrear consecuencias muy desagradables, tanto en mi vida personal,
como profesional, y además, ¿qué dirían tus padres?
-Que ya tengo edad para saber lo
que me hago.
-Da igual. Está claro que la
sensatez la tengo que poner yo. No sólo porque soy tu profesora,
sino porque te doblo la edad. Por supuesto, puedes contar conmigo
como maestra y como amiga, pero debes cambiar de actitud. Es
necesario que te atengas a los límites y no trates de sobrepasarlos.
No lo consentiré. Ya lo sabes, Rafa. Podemos ser buenos amigos, si
tú quieres. Yo estaré contigo, te escucharé, te aconsejaré y te
ayudaré en todo lo que pueda. Pero déjate de chiquilladas de una
vez por todas.
Rafa la miró con desfachatez.
-Pedazo de sermón, profa.
-No seas cínico.
-¿A que te lo has ensayado?
Eres muy mala actriz. Y tienes un entripao que te cagas. Se te nota.
Era verdad. Desde la noche de la
discoteca Alicia tenía una punzada en el vientre, que no había
hecho más que crecer. Y, desde el mismo instante en que él había
entrado por la puerta, la punzada se había convertido en un
entripado terrible.
-Ya está bien, Rafa. Si vas a
volver a empezar, mejor te marchas de aquí ahora mismo.
-No te enfades conmigo. Yo haré
lo que tú quieras. Pero no me digas que es un capricho.
-Bueno. Vamos a dejarlo así.
-Podemos hablar, ¿no? Como
amigos.
-Claro.
-Ya no soy virgen.
-Ya me lo dijiste el otro día.
-¿Se me nota en la cara?
Alicia se rió. Meneó la
cabeza.
-Lo digo en serio –insistió
Rafa –. ¿He cambiado algo?
Ella observó su rostro con
detenimiento. Había cambiado, era verdad. Parecía más maduro, como
si sus facciones se hubieran afilado. O quizá era su actitud
corporal, que ahora transmitía cierta confianza en sí mismo, cierto
aplomo.
-Sí. Se te nota distinto.
-Lo sabía. ¿Quieres saber como
pasó?
-No.
-Pero es que yo quiero
contártelo. Me gustaría que me dieras tu opinión.
Sabía que el terreno al que la
quería llevar Rafa era resbaladizo, y que ella no debía caer en su
juego, pero estaba intrigada. Se propuso adoptar una actitud
profesoral.
-Bueno. Cuéntamelo.
Él sonrió, y comenzó su
relato.
-La semana pasada estuve en
Jerez. Mis tíos viven allí. Y la primera noche fui al botellón con
mis primos y su peña. Música a toda caña, mogollón de porros y
cantidad de priva.
-No deberías fumar ni beber.
Eres demasiado joven.
-Lo hacemos todos. Y en el grupo
había una burraquilla que estaba por mí. Me miraba, se reía y me
sacaba la lengua. Tiene diecisiete años y es una golfa.
-No me gusta que hables así de
una chica, Rafa.
-Venga, profa, si se ha pasado
por la piedra a toda la basca.
-Eso da igual.
-Bueno, se llama Vane, Vanesa,
estaba un poco borrachilla.
-Y tú no.
-No, yo no, yo me acerqué a
ella y empecé a sobarle las tetas y a decirle borderías a la oreja.
-Así, sin más.
-Sí.
-¿Qué le dijiste?
Rafa volvió a sonreír, y
Alicia se percató de que había bajado la guardia. “Jodido niño”,
pensó. Él continuaba narrando, con los ojos fijos en los suyos.
-Le dije que por qué me
enseñaba la lengua, que seguramente sabía hacer muchas cositas con
ella, y que vaya par de tetas, que se las iba a comer. Y le dije que
esperaba que fuera tan golfa, tan calentorra y tan puerca como me
habían dicho, porque me estaba poniendo caliente y me la iba a
follar. Y ella se me arrimó al cuerpo y me dijo: estás muy bueno,
mamón, y tienes las manos muy largas, a ver si tienes algo más; y
me echó mano a los huevos y a la polla. Me dio una friega que me
empalmé como un burro.
-¿Delante de todos?
-Sí.
-Qué barbaridad.
Rafa se encogió de hombros,
reanudó su relato.
-Nos dimos un muerdo, le llegué
con la lengua hasta el estómago, y le metí las manos por debajo de
la camiseta, le manoseé las tetas y le pellizqué los pezones, que
se pusieron jugositos, te los comería con ganas, le dije, y ella: la
lengua también la tienes larga, niñato, vamos a ver si sabes mover
el culo igual de bien. Trincamos una botellona medio llena de
calimocho y nos fuimos detrás de unas matas, y allí mismo echamos
un par de kikis, o tres.
-Espero que utilizaras condones.
-Clarito, profa, no soy tan
gilipollas.
-¿Le dijiste que eras virgen?
-No me lo preguntó.
-¿Y no se dio cuenta?
-No. Al otro día me llevó a un
cuchitril tela de cutre. Su hermano tiene un grupo heavy y ensayan
allí. Había un catre con las sábanas más guarras que he visto en
mi vida. Y allí nos íbamos a follar los días que estuve en Jerez.
Rafa calló, las aletas de su
nariz se dilataban. Alicia, a su pesar, se había ido excitando, con
su forma directa y desvergonzada de relatar la historia, y con sus
miradas. Sus ojos despedían llamaradas verdes que le chamuscaban las
tripas. Supo que él lo percibía, supo que él estaba olfateando su
calentura y su miedo. Y Rafa se movió. Ligero y elástico, como un
felino, se sentó a su lado, en el sofá.
-Rafa...
-¿Sabes? No estuvo mal. Lo que
más me gustaba era comerle las tetas. Y también me gustaba mogollón
cuando me la chupaba, cerraba los ojos y me imaginaba que eras tú
–Rafa la acariciaba con la mirada –. Follaba con ella, pero no
dejaba de pensar en ti. En que debe ser alucinante hacerlo contigo.
-Se acabó. Vete de aquí ahora
mismo.
-Quieres que me vaya porque te
da jindama lo cachonda que te pongo.
-Fuera de mi casa.
Él no obedeció, se aproximó
aún más, anhelaba a un palmo de su boca.
-No me eches todavía, Alicia,
por favor. Yo te he escuchado a ti. Déjame decirte lo que te tengo
que decir y después, si quieres, me pones de patitas en la calle.
Escúchame, por favor. Dame un minuto.
-Di.
-Si pudiera te camelaría
poquito a poco, pero no puedo, ni sé. No tengo tiempo. Sólo tengo
dos meses y después me largaré a Sevilla y tú te iras a otro
instituto. No nos veremos más. Sé lo que hay. Que estás casada y
que te da miedo que me cuelgue de ti. Tú te emperras en verme como
un niño, pero yo no soy un niño. No estoy perdido, ni confundido.
Sé lo que siento por ti. Puede que no sea amor, pero no es un
capricho. Por eso querías que me lo hiciera con alguna chiquilla,
pensabas que se me pasaría. ¿Qué más necesitas que te demuestre?
Haré lo que tú me digas. Si me dices que me vaya y te deje en paz
lo haré, aunque se me rompa el corazón. Yo no te pido nada, sólo
que me quieras un poquito. Puedes jugar con mis sentimientos, usarme
como se te antoje. No me importa. Te doy permiso. Me muero de ganas
de hacerlo contigo, no me dejes así. No te complicaré la vida.
Nadie lo sabrá, yo no se lo diré a nadie nunca jamás. Lo negaré
siempre. No me lo arrancarán ni aunque me maten. Te lo juro. Por
favor, Alicia. Me muero.
-Lo siento muchísimo, Rafa,
pero no puede ser.
Rafa se mordió los labios, echó
la cabeza hacia atrás. Tenía los ojos llenos de lágrimas.
-Ayyy, ¿serás capaz de tenerme
estos dos meses matándome a pajas? Te tengo que ver todos los días,
y me tienes todo el santo día con dolor de huevos.
-Precisamente por eso, porque
nos tenemos que ver a diario.
-Eres mala.
El chico hizo un puchero, dos lágrimas temblaban en sus pestañas, a punto de caer. Alicia, enternecida, alzó la mano. Acababa de rozar su mejilla, cubierta de una pelusa dorada, como un melocotón tierno, y ya se estaba arrepintiendo del gesto, porque los dos sabían que aquel ademán significaba su derrota. Rafa, entre sollozos, besaba la palma, los dedos, los chupaba, sus labios abrasaban. Aquella boca adulta, que besaba mejor que muchos hombres, que se entregaba, volvió a chocar contra la suya. Y ella no podía seguir luchando contra la corriente turbulenta de esos besos, de ese cuerpo tan joven que la deseaba tanto. Su boca y su cuerpo respondían otra vez, las palmas sobre los hombros del chico, sin oponer resistencia. Cuando Rafa acarició sus pechos, se azoró.
-Rafa...
-Estoy muriéndome –se volcaba
sobre ella, mordisqueaba su oreja – y tú estás temblando, te
estás poniendo, estás cagadita de miedo.
-Tú ganas. Me estoy poniendo y
tengo mucho miedo.
Él la rodeaba con sus brazos,
la estrechaba. Su pierna se movía, cercando las caderas de Alicia.
Se acoplaba a ella. Besaba sutilmente sus labios y musitaba:
-Ya lo sabía.
Y ella ya sabía que aquello era
imparable. Los labios de Rafa recorrían su garganta, su sexo
impetuoso bullía, y el de ella se inflamaba, como buscándolo.
Estaba vencida, envuelta en sus caricias, en la presión de aquellos
muslos de jinete. No se retuvo más. Lo acarició, lo besó, le
revolvió el pelo. Su cuerpo se amoldaba al de él. Sintió los dedos
helados del muchacho sobre la piel de su vientre. La estaba
desnudando.
-Rafa, Rafa, para. No estoy
dispuesta a echar un polvo aquí, en el sofá, de mala manera. ¡Deja
las manos quietas! Si vamos a hacerlo, lo haremos bien. Vamos a la
cama.
Echados de costado, Rafa la
envolvía en sus brazos, peinaba los cortos cabellos rojizos con sus
dedos. Alicia pasaba los dedos por la mejilla, por la barbilla del
chico. Intentaba imaginar su rostro pasados unos años. Los ángulos
se marcarían, los pómulos se endurecerían. Su cuerpo llevaba
camino de ser hermoso como una escultura griega. Cuando los músculos
y los huesos terminaran de cuajar, se transformaría en un hombre
impresionante, con esos ojos verdes capaces de cambiar de expresión
en un segundo, de transmitir tanto, de desarmar a cualquiera. Su voz
la sacó de sus pensamientos.
-Qué bien ha estado, ni punto
de comparación.
-¿Qué quieres decir? –Alicia
lo sabía, pero quería oírlo.
-Vane, la chiquilla de Jerez. No
me tocaba, ni me besaba como tú. Esto es como estar en el cielo.
-¿Qué te hacía?
-Nada. Me metía mano a los
huevos, se abría de piernas y me apretaba el culo, y jadeaba y
chillaba.
-¿Es guapa?
-Normal, está muy maciza, eso
sí, y tiene unas buenas tetas. Más grandes que las tuyas.
-Está muy feo hacer
comparaciones.
-Yo no quiero decir que tus
tetas me gusten menos.
-No lo arregles.
-Soy un bocazas.
-Sí. Y apréndete bien esto:
nunca le cuentes a una mujer lo que haces en la cama con otras.
Cuando estés con una mujer se tiene que sentir única. Eres muy
intuitivo, no hay más que ver como has conseguido llevarme al
huerto. Pero tienes que aprender a ser tierno, a tener paciencia, y a
saber cuándo tienes que actuar.
-¿Cómo se puede saber eso?
-Lo sabrás –Alicia rió –.
Seguro que tú puedes olerlo.
-Tengo tanto que aprender que no
sé si va a llegar con dos meses. Me vas a tener que dar clases
particulares, un cursillo intensivo. Todos los días, a todas horas.
-Eres un sinvergüenza.
-Enséñame más cositas.
-A veces, los hombres se olvidan
de que dar placer es tan importante como recibirlo Tienes que saber
satisfacer a una mujer. Eso te hará sentirte bien, es bueno para tu
autoestima. Las mujeres tienen fantasías, a veces te parecerán
extrañas, pero si compartes sus fantasías, tendrás la mayor parte
del camino andado. Y esto –tomó la mano de Rafa con la suya, la
dirigió a su sexo, encauzó sus dedos – es el clítoris ¿sabes lo
que es? ¿lo notas?
-Sí.
-A la mayoría de las mujeres
las puedes llevar al orgasmo si lo estimulas bien. Puedes presionarlo
con la parte delantera de tu pubis durante la penetración, también
puedes oprimirlo, o excitarlo con los dedos o con la lengua.
-Con la lengua, mmm, déjame
probar.
Alicia era una mujer organizada
y meticulosa. Buscó una coartada para justificar las visitas del
chico a su apartamento. Le propuso que presentara una memoria para
unos premios que otorgaba la Consejería de Educación. Eso le
obligaría a estudiar duro, a chapar sentado, como decía él. Pero
Rafa estaba dispuesto a hacer lo que fuera para poder pasar dos
tardes por semana con ella, como supervisora de su proyecto. Él
cumplió su parte, realizó el trabajo escrupulosamente, lo mejor
posible, y lo presentó a concurso. A ella le proporcionaba cierta
tranquilidad saber que nadie tenía motivos fundados para albergar
sospechas.
Aunque la idea de que su
actuación no era del todo correcta no se alejaba de su mente, Alicia
consideraba que su historia con Rafa era muy bonita. No se arrepentía
de haber permitido que ocurriera. No quería privarse de la
experiencia, ni negársela a él. Había dejado de verlo como a un
adolescente. Su inquietud no se debía a problemas morales o éticos,
sino al temor a que trascendiera que estaba acostándose con un
menor, y las posibles consecuencias que eso acarrearía. Le
preocupaba el escándalo que se produciría, lo qué podría pensar
Juan. Pero aquella relación era como un pequeño paréntesis, al fin
y al cabo su conclusión tenía fecha preestablecida. Estaba
absolutamente convencida de que Rafa mantendría su palabra y no se
lo diría a nadie. No tenía por qué afectar a su matrimonio, ni a
otras facetas de su vida.
La última tarde que pasaron
juntos Rafa le comentó que le gustaría llamarla alguna vez, desde
Sevilla.
-Me encantará que lo hagas.
-Gracias, gracias, gracias. Me
has hecho muy feliz y me has enseñado muchas cosas.
-Tú eres un buen alumno, has
aprendido rápido.
-Qué bueno que hayas sido la
primera.
-La segunda. La primera fue la
chiquilla de Jerez, como tú dices.
-Eso fue como pasar el examen de
ingreso, la primera eres tú y yo nunca te olvidaré.
-Yo a ti tampoco te olvidaré,
Rafa.
-Te quiero mucho. Y te querré
hasta que me muera. Te lo prometo.
Alicia pensó que si tuviera más
edad la habría enamorado, pero no se lo dijo. Se despidieron con
cariño y sin remordimientos. Ninguno de ellos pensaba que algún día
volverían a encontrarse. Pero lo hicieron. Diez años después.
Continuará…
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