20 noviembre 2011

Años 70. La "profa" de Matemáticas y mi desvergüenza II.


El jueves, puntual, Rafa llamó a la puerta del pisito. Alicia abrió y le hizo pasar. Se había propuesto mantener las distancias. Le aclaró que aquel encuentro no iba a ir más allá de una conversación profesora-alumno.
           -Lo que tú digas, profa. 
Había preparado un discurso. Aquella situación resultaba insostenible. No quería continuar permitiendo que ocurriera nada más que implicara que ella la toleraba. Le indicó el sillón del saloncito, “siéntate”, ordenó. Le ofreció un refresco, “no se te ocurra levantarte de ahí, ni seguirme a la cocina”. Rafa sonrió irónico, “tranqui, profa, no me muevo”. Alicia volvió con las bebidas, se sentó frente a él, en el sofá, le pidió que la dejara hablar sin interrupciones y dio comienzo a la charla. Le explicó que comprendía la fascinación que una profesora de aspecto algo más juvenil que el resto podía despertar en un alumno, sobre todo en una edad en que sus hormonas estaban revolucionadas, pero tenía que ser razonable: era sólo un capricho, “eres muy joven, es natural que confundas tus sentimientos, y yo no quiero, ni debo, jugar con ellos”, hizo una pequeña pausa antes de seguir.
 
-También es verdad que me gustas –le confesó –. Es evidente, y, por mi parte, sería estúpido negarlo. Me gusta tu espontaneidad, tu desparpajo, y me gusta el hombre que adivino en ti. Pero estoy enamorada de mi marido. Mi relación con Juan es muy importante en mi vida. No voy a ponerla en peligro por ningún motivo. La broma ha llegado demasiado lejos. Asumo toda la responsabilidad, por no haber sabido cortar por lo sano. Esto es absurdo. Y para colmo, a los ojos de todo el mundo, inconveniente y amoral. ¿Te imaginas el escándalo si se descubriera lo que está pasando?
            -No está pasando nada, qué más quisiera yo. 
-Te he dicho que no me interrumpas. ¿Qué crees que habría pasado si alguien nos hubiera visto besarnos el otro día? No tengo que decirte lo tradicional que es la gente. Sería la comidilla del instituto, del pueblo, llegaría hasta la Consejería de Educación. Me puede acarrear consecuencias muy desagradables, tanto en mi vida personal, como profesional, y además, ¿qué dirían tus padres? 
-Que ya tengo edad para saber lo que me hago.

-Da igual. Está claro que la sensatez la tengo que poner yo. No sólo porque soy tu profesora, sino porque te doblo la edad. Por supuesto, puedes contar conmigo como maestra y como amiga, pero debes cambiar de actitud. Es necesario que te atengas a los límites y no trates de sobrepasarlos. No lo consentiré. Ya lo sabes, Rafa. Podemos ser buenos amigos, si tú quieres. Yo estaré contigo, te escucharé, te aconsejaré y te ayudaré en todo lo que pueda. Pero déjate de chiquilladas de una vez por todas.

Rafa la miró con desfachatez.

-Pedazo de sermón, profa.

-No seas cínico.

-¿A que te lo has ensayado? Eres muy mala actriz. Y tienes un entripao que te cagas. Se te nota. 
 

Era verdad. Desde la noche de la discoteca Alicia tenía una punzada en el vientre, que no había hecho más que crecer. Y, desde el mismo instante en que él había entrado por la puerta, la punzada se había convertido en un entripado terrible.

-Ya está bien, Rafa. Si vas a volver a empezar, mejor te marchas de aquí ahora mismo.

-No te enfades conmigo. Yo haré lo que tú quieras. Pero no me digas que es un capricho.

-Bueno. Vamos a dejarlo así.

-Podemos hablar, ¿no? Como amigos.

-Claro.

-Ya no soy virgen.

-Ya me lo dijiste el otro día.

-¿Se me nota en la cara?

Alicia se rió. Meneó la cabeza.

-Lo digo en serio –insistió Rafa –. ¿He cambiado algo?


Ella observó su rostro con detenimiento. Había cambiado, era verdad. Parecía más maduro, como si sus facciones se hubieran afilado. O quizá era su actitud corporal, que ahora transmitía cierta confianza en sí mismo, cierto aplomo.

-Sí. Se te nota distinto.

-Lo sabía. ¿Quieres saber como pasó?

-No.

-Pero es que yo quiero contártelo. Me gustaría que me dieras tu opinión.


Sabía que el terreno al que la quería llevar Rafa era resbaladizo, y que ella no debía caer en su juego, pero estaba intrigada. Se propuso adoptar una actitud profesoral.

-Bueno. Cuéntamelo.

Él sonrió, y comenzó su relato.

-La semana pasada estuve en Jerez. Mis tíos viven allí. Y la primera noche fui al botellón con mis primos y su peña. Música a toda caña, mogollón de porros y cantidad de priva.

-No deberías fumar ni beber. Eres demasiado joven.

-Lo hacemos todos. Y en el grupo había una burraquilla que estaba por mí. Me miraba, se reía y me sacaba la lengua. Tiene diecisiete años y es una golfa.

-No me gusta que hables así de una chica, Rafa.

-Venga, profa, si se ha pasado por la piedra a toda la basca.

-Eso da igual.

-Bueno, se llama Vane, Vanesa, estaba un poco borrachilla.

-Y tú no.

-No, yo no, yo me acerqué a ella y empecé a sobarle las tetas y a decirle borderías a la oreja.

-Así, sin más.

-Sí.

-¿Qué le dijiste?

Rafa volvió a sonreír, y Alicia se percató de que había bajado la guardia. “Jodido niño”, pensó. Él continuaba narrando, con los ojos fijos en los suyos.

-Le dije que por qué me enseñaba la lengua, que seguramente sabía hacer muchas cositas con ella, y que vaya par de tetas, que se las iba a comer. Y le dije que esperaba que fuera tan golfa, tan calentorra y tan puerca como me habían dicho, porque me estaba poniendo caliente y me la iba a follar. Y ella se me arrimó al cuerpo y me dijo: estás muy bueno, mamón, y tienes las manos muy largas, a ver si tienes algo más; y me echó mano a los huevos y a la polla. Me dio una friega que me empalmé como un burro.

-¿Delante de todos?

-Sí.

-Qué barbaridad.

Rafa se encogió de hombros, reanudó su relato.

-Nos dimos un muerdo, le llegué con la lengua hasta el estómago, y le metí las manos por debajo de la camiseta, le manoseé las tetas y le pellizqué los pezones, que se pusieron jugositos, te los comería con ganas, le dije, y ella: la lengua también la tienes larga, niñato, vamos a ver si sabes mover el culo igual de bien. Trincamos una botellona medio llena de calimocho y nos fuimos detrás de unas matas, y allí mismo echamos un par de kikis, o tres.

-Espero que utilizaras condones.

-Clarito, profa, no soy tan gilipollas.

-¿Le dijiste que eras virgen?

-No me lo preguntó.

-¿Y no se dio cuenta?

-No. Al otro día me llevó a un cuchitril tela de cutre. Su hermano tiene un grupo heavy y ensayan allí. Había un catre con las sábanas más guarras que he visto en mi vida. Y allí nos íbamos a follar los días que estuve en Jerez.

Rafa calló, las aletas de su nariz se dilataban. Alicia, a su pesar, se había ido excitando, con su forma directa y desvergonzada de relatar la historia, y con sus miradas. Sus ojos despedían llamaradas verdes que le chamuscaban las tripas. Supo que él lo percibía, supo que él estaba olfateando su calentura y su miedo. Y Rafa se movió. Ligero y elástico, como un felino, se sentó a su lado, en el sofá.

-Rafa...

-¿Sabes? No estuvo mal. Lo que más me gustaba era comerle las tetas. Y también me gustaba mogollón cuando me la chupaba, cerraba los ojos y me imaginaba que eras tú –Rafa la acariciaba con la mirada –. Follaba con ella, pero no dejaba de pensar en ti. En que debe ser alucinante hacerlo contigo.

-Se acabó. Vete de aquí ahora mismo.

-Quieres que me vaya porque te da jindama lo cachonda que te pongo.

-Fuera de mi casa.

Él no obedeció, se aproximó aún más, anhelaba a un palmo de su boca.

-No me eches todavía, Alicia, por favor. Yo te he escuchado a ti. Déjame decirte lo que te tengo que decir y después, si quieres, me pones de patitas en la calle. Escúchame, por favor. Dame un minuto.

-Di.

-Si pudiera te camelaría poquito a poco, pero no puedo, ni sé. No tengo tiempo. Sólo tengo dos meses y después me largaré a Sevilla y tú te iras a otro instituto. No nos veremos más. Sé lo que hay. Que estás casada y que te da miedo que me cuelgue de ti. Tú te emperras en verme como un niño, pero yo no soy un niño. No estoy perdido, ni confundido. Sé lo que siento por ti. Puede que no sea amor, pero no es un capricho. Por eso querías que me lo hiciera con alguna chiquilla, pensabas que se me pasaría. ¿Qué más necesitas que te demuestre? Haré lo que tú me digas. Si me dices que me vaya y te deje en paz lo haré, aunque se me rompa el corazón. Yo no te pido nada, sólo que me quieras un poquito. Puedes jugar con mis sentimientos, usarme como se te antoje. No me importa. Te doy permiso. Me muero de ganas de hacerlo contigo, no me dejes así. No te complicaré la vida. Nadie lo sabrá, yo no se lo diré a nadie nunca jamás. Lo negaré siempre. No me lo arrancarán ni aunque me maten. Te lo juro. Por favor, Alicia. Me muero.

-Lo siento muchísimo, Rafa, pero no puede ser.

Rafa se mordió los labios, echó la cabeza hacia atrás. Tenía los ojos llenos de lágrimas.

-Ayyy, ¿serás capaz de tenerme estos dos meses matándome a pajas? Te tengo que ver todos los días, y me tienes todo el santo día con dolor de huevos.

-Precisamente por eso, porque nos tenemos que ver a diario.

-Eres mala.

El chico hizo un puchero, dos lágrimas temblaban en sus pestañas, a punto de caer. Alicia, enternecida, alzó la mano. Acababa de rozar su mejilla, cubierta de una pelusa dorada, como un melocotón tierno, y ya se estaba arrepintiendo del gesto, porque los dos sabían que aquel ademán significaba su derrota. Rafa, entre sollozos, besaba la palma, los dedos, los chupaba, sus labios abrasaban. Aquella boca adulta, que besaba mejor que muchos hombres, que se entregaba, volvió a chocar contra la suya. Y ella no podía seguir luchando contra la corriente turbulenta de esos besos, de ese cuerpo tan joven que la deseaba tanto. Su boca y su cuerpo respondían otra vez, las palmas sobre los hombros del chico, sin oponer resistencia. Cuando Rafa acarició sus pechos, se azoró.
-Rafa...

-Estoy muriéndome –se volcaba sobre ella, mordisqueaba su oreja – y tú estás temblando, te estás poniendo, estás cagadita de miedo.

-Tú ganas. Me estoy poniendo y tengo mucho miedo.

Él la rodeaba con sus brazos, la estrechaba. Su pierna se movía, cercando las caderas de Alicia. Se acoplaba a ella. Besaba sutilmente sus labios y musitaba:

-Ya lo sabía.


Y ella ya sabía que aquello era imparable. Los labios de Rafa recorrían su garganta, su sexo impetuoso bullía, y el de ella se inflamaba, como buscándolo. Estaba vencida, envuelta en sus caricias, en la presión de aquellos muslos de jinete. No se retuvo más. Lo acarició, lo besó, le revolvió el pelo. Su cuerpo se amoldaba al de él. Sintió los dedos helados del muchacho sobre la piel de su vientre. La estaba desnudando.

-Rafa, Rafa, para. No estoy dispuesta a echar un polvo aquí, en el sofá, de mala manera. ¡Deja las manos quietas! Si vamos a hacerlo, lo haremos bien. Vamos a la cama.

Rafa la colmó de besitos dulces. La tomó en brazos y, sin dejar de besarla, la llevó al dormitorio.Ella tomó la iniciativa, contuvo su acometida, lo templó. Guió las manos de Rafa por su cuerpo. Le mostró como quería que la tocara, no le permitió precipitarse. Lo besó por todo el cuerpo, decidió el ritmo y los movimientos. Él asimiló muy pronto las reglas. Giraron, se revolcaron y se besaron de los pies a la cabeza. Se amaron con pasión y con dulzura. 
 

Echados de costado, Rafa la envolvía en sus brazos, peinaba los cortos cabellos rojizos con sus dedos. Alicia pasaba los dedos por la mejilla, por la barbilla del chico. Intentaba imaginar su rostro pasados unos años. Los ángulos se marcarían, los pómulos se endurecerían. Su cuerpo llevaba camino de ser hermoso como una escultura griega. Cuando los músculos y los huesos terminaran de cuajar, se transformaría en un hombre impresionante, con esos ojos verdes capaces de cambiar de expresión en un segundo, de transmitir tanto, de desarmar a cualquiera. Su voz la sacó de sus pensamientos.

-Qué bien ha estado, ni punto de comparación.

-¿Qué quieres decir? –Alicia lo sabía, pero quería oírlo.

-Vane, la chiquilla de Jerez. No me tocaba, ni me besaba como tú. Esto es como estar en el cielo.

-¿Qué te hacía?

-Nada. Me metía mano a los huevos, se abría de piernas y me apretaba el culo, y jadeaba y chillaba.

-¿Es guapa?

-Normal, está muy maciza, eso sí, y tiene unas buenas tetas. Más grandes que las tuyas.

-Está muy feo hacer comparaciones.

-Yo no quiero decir que tus tetas me gusten menos.

-No lo arregles.

-Soy un bocazas.

-Sí. Y apréndete bien esto: nunca le cuentes a una mujer lo que haces en la cama con otras. Cuando estés con una mujer se tiene que sentir única. Eres muy intuitivo, no hay más que ver como has conseguido llevarme al huerto. Pero tienes que aprender a ser tierno, a tener paciencia, y a saber cuándo tienes que actuar.

-¿Cómo se puede saber eso?

-Lo sabrás –Alicia rió –. Seguro que tú puedes olerlo.

-Tengo tanto que aprender que no sé si va a llegar con dos meses. Me vas a tener que dar clases particulares, un cursillo intensivo. Todos los días, a todas horas.

-Eres un sinvergüenza.

-Enséñame más cositas.

-A veces, los hombres se olvidan de que dar placer es tan importante como recibirlo Tienes que saber satisfacer a una mujer. Eso te hará sentirte bien, es bueno para tu autoestima. Las mujeres tienen fantasías, a veces te parecerán extrañas, pero si compartes sus fantasías, tendrás la mayor parte del camino andado. Y esto –tomó la mano de Rafa con la suya, la dirigió a su sexo, encauzó sus dedos – es el clítoris ¿sabes lo que es? ¿lo notas?

-Sí.

-A la mayoría de las mujeres las puedes llevar al orgasmo si lo estimulas bien. Puedes presionarlo con la parte delantera de tu pubis durante la penetración, también puedes oprimirlo, o excitarlo con los dedos o con la lengua.

-Con la lengua, mmm, déjame probar.


Alicia era una mujer organizada y meticulosa. Buscó una coartada para justificar las visitas del chico a su apartamento. Le propuso que presentara una memoria para unos premios que otorgaba la Consejería de Educación. Eso le obligaría a estudiar duro, a chapar sentado, como decía él. Pero Rafa estaba dispuesto a hacer lo que fuera para poder pasar dos tardes por semana con ella, como supervisora de su proyecto. Él cumplió su parte, realizó el trabajo escrupulosamente, lo mejor posible, y lo presentó a concurso. A ella le proporcionaba cierta tranquilidad saber que nadie tenía motivos fundados para albergar sospechas. 
 

Aunque la idea de que su actuación no era del todo correcta no se alejaba de su mente, Alicia consideraba que su historia con Rafa era muy bonita. No se arrepentía de haber permitido que ocurriera. No quería privarse de la experiencia, ni negársela a él. Había dejado de verlo como a un adolescente. Su inquietud no se debía a problemas morales o éticos, sino al temor a que trascendiera que estaba acostándose con un menor, y las posibles consecuencias que eso acarrearía. Le preocupaba el escándalo que se produciría, lo qué podría pensar Juan. Pero aquella relación era como un pequeño paréntesis, al fin y al cabo su conclusión tenía fecha preestablecida. Estaba absolutamente convencida de que Rafa mantendría su palabra y no se lo diría a nadie. No tenía por qué afectar a su matrimonio, ni a otras facetas de su vida.


La última tarde que pasaron juntos Rafa le comentó que le gustaría llamarla alguna vez, desde Sevilla.

-Me encantará que lo hagas.

-Gracias, gracias, gracias. Me has hecho muy feliz y me has enseñado muchas cosas.

-Tú eres un buen alumno, has aprendido rápido.

-Qué bueno que hayas sido la primera.

-La segunda. La primera fue la chiquilla de Jerez, como tú dices.

-Eso fue como pasar el examen de ingreso, la primera eres tú y yo nunca te olvidaré.

-Yo a ti tampoco te olvidaré, Rafa.

-Te quiero mucho. Y te querré hasta que me muera. Te lo prometo.

Alicia pensó que si tuviera más edad la habría enamorado, pero no se lo dijo. Se despidieron con cariño y sin remordimientos. Ninguno de ellos pensaba que algún día volverían a encontrarse. Pero lo hicieron. Diez años después.



Continuará…

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