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16 años.
El problema existencial del motero.
Mi hermano Jerónimo, dos años mayor
que yo, fue el primero en tener una moto de campo. Una lobito 74, que
subió a 125 poco después de comprarla.
Durante un largo mes no puede probarla.
Además de tener la excusa de que yo no tenía carnet, por aquel
entonces Jero hacía su propia vida y apenas nos relacionábamos.
Era cuestión de tiempo. No tardo en
planteársele el problema existencial que ha regido nuestras vidas
durante los últimos cuarenta años. ¿Qué da más gusto, una tía o
una moto?
Todos los que visitan voromv
conocen la respuesta: Depende de que tía y de que moto. Y jero no
dudó por un momento que las tetas de la británica le ganaban por
goleada a los escasos quince caballos de aquél hierro.
Como iba diciendo, una despampanante
inglesa lo retuvo en Sevilla todo un fin de semana. Era esa clase de
tías que llamadas a engordar en su edad adulta, exhalaba exuberante
sensualidad en el apogeo del final de su adolescencia.
Como la moto la tenía en Morón,
pueblo que está a sesenta kilómetros de Sevilla, Jero no tenía
forma de evitar que yo cogiese su moto, a no ser que se quedase sin
mojama.
¿Quién puede resistirse a esa edad a
la sonrisa picarona de una rolliza calentona? ¿Tenemos acaso derecho
a privarla del placer que se merece? Anda Jero, quédate con la giri
que te caliente, que en Morón en invierno hace mucho frio.
Todos sabemos lo gustosa que puede ser
una gordita adolescente, pero también sabemos lo que sacia la grasa.
Y como a las cabras nos tira el monte, a mi hermanito se le ocurrió
coger el autobús el domingo por la mañana para venir al pueblo.
Jero me dijo que había desflorado a la
prójima, disfrutando de sus humedales. Nunca sabré si es cierto.
Pudo mentir ella, pudo mentir él, o puede mentirme ahora mi
memoria. Que más dá. Yo sí que me desfloré en el barro. Y
desfloré el cilindro nuevo de 125, lo que mi hermano tardó años en
perdonarme.
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