Operación Verano.
Lo siento chicos y chicas, pero uno de los problemas graves de no tener un portátil es no poder escribir para vosotros. Además, que entenderéis que algunos estamos de "vacaciones"... esto es, los niños lo están, y los padres tenemos que cuidarlos. Así que difícil lo tengo para escribir.
Pero bueno, aprovechando que cuando iniciamos Voromv nos leía poca gente... ¿porqué no "desempolvar" mis primeros envíos? Así que permitirme la osadía y haré como en las cadenas de televisión: reposiciones para verano.
Nos leemos de nuevo (y con nuevo) en septiembre.
(Novela) 500GP: LA PRUEBA DE MI VIDA.
-PARTE UNO-
Me subo en ella mientras algo retuerce mi estómago. El motor petardea. Un roce al gas y sube de vueltas como un rayo, con un grito agudo de sus cuatro silenciosos. “Recuerda que los discos de carbono funcionan cuando están bien calientes, no te confíes en la primera vuelta”. El embrague en seco campanea al apretarlo como si llevara un montón de tuercas sueltas dentro. Meto primera, noto como me empujan y con un hilo de puño suelto el embrague… voy montado en una auténtica 500 de Gran Premio.
Presentaciones.
Mi pasado motorista es corto para mis veinticinco años, pero bueno. Comencé de joven con un ciclomotor de campo, con la única condición por parte de un padre al que no le agradan las motos de que tenía que sacar buenas notas. Y las saqué, primero por no perder mi máquina, y luego al ver que mis estudios me permitían alcanzar buenos trabajos con los que financiar mi afición.
Comencé con un grupo de amiguetes a rodar en circuito de cross, y compré una 125, que pronto fue sustituida por una 450 de cuatro tiempos… un tiro.
Pero cuando saqué el permiso de conducción, el veneno del asfalto me atrapó… Una monocilíndrica de SuperMotard, una 600RR y, por fin, una magnífica 1000 de última generación, con toda la electrónica del siglo XXI para controlar sus casi 200cv. Con ella soy muy rápido -el mejor de la zona- por carretera. He participado a nivel aficionado en unas cuantas carreras del Campeonato de mi Comunidad Autónoma, donde he sido capaz de humillar a “pilotillos” –y sus motos aligeradas y preparadas- con mi máquina de estricta serie… siempre atendida, como las otras, por mi mecánico de confianza.
El pasado de mi mecánico de confianza, con sus cincuenta bien puestos, es totalmente distinto. Según él, ha tenido la suerte de competir en la mejor época del motociclismo: comenzó con motores dos tiempos de aire, luego llegaron los monoamortiguadores, los chasis de aluminio, los anchos neumáticos radiales, los poderosos motores de cuatro tiempos, la sofisticada electrónica… Hoy en día corre con una hermosa monocilíndrica británica en Clásicas, pero tiene “para hacer muñecas” una 1000RR de hace cuatro o cinco años con el motor apenas afinado… pero con las mejores llantas, suspensiones y frenos que puedas encontrar. “Motor hay de sobra, lo importante es que lo puedas aplicar” ha sido siempre su lema.
Nuestra historia compartida comienza cuando hace unos meses recibió un encargo que tengo claro él haría gratis: poner en funcionamiento una auténtica 500 de Gran Premio. A mediados de los ´90 Yamaha vendió motores (dos tiempos, cuatro cilindros con admisión por láminas en el centro de la V, válvulas de escape…) a un par de fabricantes de chasis, con idea de suministrar motos “carreras-cliente” (motos diseñadas para competición) a la Categoría Reina, necesitada de pilotos. Éstas participaron con mayor o menor fortuna, hasta que dejaron de ser competitivas y las supervivientes fueron a exposiciones o directamente a un rincón polvoriento… como nuestra protagonista. Ésta, bastante entera, apareció junto a otra destrozada y un buen cajón de recambios en una nave industrial de un país cercano y, no me preguntes como, ha llegado aquí. Su propietario quiere que una de ellas tenga buen aspecto para lucirla en su comedor (que bonito debe ser tener dinero) y que la otra funcione para pasearla en exhibiciones. Y como la restauración ha acabado, toca comprobar que todo está correcto… hay que rodarla.
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