23 mayo 2011

Los años 80. Entrenando en Sierra Nevada. By Playadel48.


Lo que aquí se relata es casi cierto. Teniendo en cuenta lo mentiroso que soy y que  mi memoria flaquea, es, digamos, lo mas parecido a la verdad que podáis escuchar de mi, sabiendo  que escribo por vanidad y que soy un narcisista.  De todas maneras esta es una leyenda que circula por estas tierras que creo que merece la pena ser contada.

Nos fuimos a Sierra Nevada 4 tíos y alquilamos un apartamento. El Piraña, Patri el bombero, Mario el pizero y Yo.  Era un día de  primavera de medidos de  los  80. Llevábamos una de las  furgonetas de Muriel, que nos la había prestado (bueno, en realidad puede que fuésemos el despojo del equipo Muriel  y el viaje y el entrenamiento más o menos oficial), y el pedazo de descapotable americano  de Mario.  Y claro, las motos de la época. Creo recordar que eran todas de 2T, menos la mía, una  flamante TT 600 último modelo.

Aunque el Piraña había ganado dos veces el campeonato de Andalucía, en ese momento no podría decir ser el mejor piloto del grupo, porque todos estábamos como toros.  En realidad yo era el más fuerte y el que mejor subía las trialeras, porque por entonces me machacaba en el gimnasio y en la bici mas que nadie.   Si la moto no subía una cuesta yo la subía a pié con la moto al hombro. 

El teórico propósito del viaje era entrenar el fondo en altura, que por aquel entonces estaba de moda,  pero desde que salimos de Huelva los ánimos estaban poco predispuestos, habida cuenta que los 4 estábamos casados y rebosábamos energía, una parte de la cual las parientas tenían reprimida.

Así que la primera noche decidimos no subir a la sierra. Teníamos toda una semana y no pasaba nada porque perdiésemos el entrenamiento de la mañana del día siguiente. El ambiente, en Granada, chapó, y la facilidad de ligar, inimaginable. Con un cochazo, 4 tíos bien parecidos y con las formidables dotes verbales de  Patri, pasamos una primera noche súper. 

En la sierra, de entrenamiento poco. Nos levantábamos tarde todos o casi todos los días. Yo intenté poner un poco de orden;  insistí en salir a correr, ir al gimnasio, subir paseando una buena cuesta,  pero la calentura, las noches de copas y las ganas de aventuras superaban cualquier buen propósito.  Lo que naturalmente si hicimos fue montar en moto, bajando y subiendo las laderas de las pistas de Ski. Sin duda es un buen sitio para conocer los límites de la moto, puesto que hay pendientes de todos los colores.

Y por supuesto recorrimos todos los contornos, tanto por carretera como por el campo. No sé si estaba prohibido, pero si lo estaba, lo era de una forma súper light, porque ni siquiera éramos conscientes o no le dábamos importancia. Sin duda incordiábamos, le robamos la magia de la montaña a cientos de personas, pero eso apenas nos inmutaba,  orgullosos de nuestra absoluta libertad.

Nos decidimos a subir al Veleta por una trialerilla, molestando moderadamente a los 50 ó 100  giris en subían por el camino de piedra.  A punto estuvimos de perder despeñada la moto de Mario, que se quedo casi suspendida en el espacio al borde de un precipicio increíble. 

Después de haber pasado una  noche sin bajar a Granada, el exceso de energía superaba la masa crítica. Por un día entrenamos medianamente bien, pero sin pasarse, reservando, que nadie estaba dispuesto a soportar dos noches sin juerga.

Decidieron bajar a Granada, con mi voto en contra.  ¿O no fue así? Mi  memoria desvaría  y ni siquiera estoy seguro si yo iba en el coche o me lo han contado.

A las 10 de la noche, bien duchados, comidos, descansados y supurando testosterona, cogieron, (o cogimos, ya digo que no me acuerdo si yo estaba presente esa noche) el coche de Mario. La entrada a Granada, con la capota bajada, luciendo las cazadoras de la sierra, la petaca de whiski, más horteras  que Trabolta en fiebre del sábado noche, fue apoteósica. Pero las flores de primavera son efímeras y la fiesta, por desgracia, duro poco. 

Todo fue rápido, tan  súbito como sorprendente. Yendo a 5 por hora por el paseo de las Delicias, Patri se pone a ligar con 3 tías, las que un minuto después están subidas en el coche, apretujadas entre nosotros y explicándonos donde estaba la discoteca de moda. Patri, tienes 0 puntos, a ver quien supera esa crono, le decíamos  descojonados.



Apenas habían pasado dos minutos, parados en segunda fila (no se qué golfería estaríamos tramando), cuando  el coche de atrás nos da con el parachoque , como  diciendo que no podían circular, pero la verdadera razón de su enfado era  que  les habíamos levantado las tías que nos acababan de decir que se montaron con nosotros para quitárselos de encima.

El golpecito había sido un pequeño aviso, un toquecito, una chulería, que no habría  pasado a mayores sin Patri, que nunca mata una mosca pero que tiene una  lengua venenosa e incendiaria,   ya que le dijo a Mario, “tío, ¿lo vas a consentir?,  te ha destrozado el coche”.

Mario me quitó la petaca  de whisky de la mano y la tiró con fuerza  al parabrisas del coche del celoso, que naturalmente se rompió (el parabrisas y la petaca, a la que yo tengo mucho cariño).  En segundos quedó clara nuestra superioridad física. Éramos 4 y ellos 3, Mario es grande y todos los demás sin duda éramos atletas. 

El cornudo, furioso, pero sin valor para bajarse del coche, acelerando a tope  le dio un vigoroso golpe al coche de Mario con el suyo. El  muy ignorante no tenía ni idea de donde se metía.  Desde luego no pensó que su coche seguía encerrado por el nuestro y que no podía salir para darse a la fuga.

Por desgracia para él, como resultado del golpe la bola del remolque del coche de Mario le había roto el parachoques y el radiador  y su coche empezó a echar humo y agua de inmediato, mientras que el nuestro apenas tenía daños, puesto que había sido protegido por la bola.

Pero la cosa no quedó así. Mario salió del coche, sin vacilar, con paso decidido pero sin correr, abrió el maletero y sacó un bate de beisbol.  Los demás no nos inmutamos,  limitándonos a comentar los incidentes  descojonados. Los tíos, aterrados, inocentemente  cerraron los pestillos de su coche, como si eso les proporcionase alguna protección.

Mario empezó primero con el capó, que ya estaba aboyado por el porrazo entre los coches, y tras darle dos o tres vigorosos golpes con el bate, dio la vuelta, casi con parsimonia, y se dirigió a la puerta del conductor.

Este, temblando, se limitaba a decir, tío, estás loco, tío, estás loco, tío, estás loco. Mario le dio un golpe en la puerta, ya sin tanta rabia, como dando por terminada la refriega (pero jodiendole la puerta, por supuesto).

Se montó en el coche y nos fuimos, deprisita pero sin pegar acelerones.

Vaya lance de la sesión de entrenamiento, decía Patri, mientras los demás reprochábamos a Mario lo loco que estaba, eso sí, sin dejar de reir.  A una manzana de allí estaban las tres tías, que se habían bajado del coche al empezar el altercado, huyendo despavoridas.  Nos acercamos en el coche y  Piraña, que anda escaso de vergüenza, se dirigió a ellas diciéndoles que no había sido nada, que era una discusión sin importancia, que los coches no tenían nada, que mirara en nuestro coche, que el golpe había sido más ruido que nueces,  que el golpe del bate era para arreglar el capó, etc, etc.

Cuando estaban casi convencidas (muertas de ganas de venir, pero con recelo, visto lo visto) vimos a lo lejos las luces de un coche de policía, que acababa de llegar al sitio de la pelea y nos tuvimos que dar el piro, de nuevo  ligerito pero sin montar demasiado show y ya con la capota subida.  Sin las tías en el coche y con el evidente riesgo de un  súbito y desagradable final del viaje, nos pusimos serios varios minutos. Pero eso cambio en cuento dejamos el coche bien aparcado fuera de la vista y nos metimos en otro tugurio donde no tardamos en volver a ligar.

Al día siguiente cruzamos a la cara opuesta de la sierra por carriles, para entrenar trialeras por la Alpujarra,  y volvimos a vivir nuevas aventuras y a meternos  en nuevos líos, ya que en los pueblos cercanos a la playa hay muchas giris en biquini, con viejos maridos, moral laxa y necesidades no siempre satisfechas. Porque, tal como decía Quevedo en el Buscón, “no mejora su condición el que cambia de lugar, sino de vida y costumbres.”

Y Yo sigo con la duda de si esta historia me la han contado, la he soñado  o la he vivido. Pero mi querida y viaja petaca tiene un sospechoso golpe, con algunos minúsculos cristalitos de parabrisas incrustados donde el cuero muere en la base de la rosca.

Continuará.

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