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Todo esto es ficción…
Alicia comenzó a trabajar como profesora de matemáticas en el instituto al inicio de la temporada escolar, y ya había solicitado el traslado. Su objetivo era acumular puntos para conseguir un destino más cercano a la capital, donde su marido, Juan, que también era profesor de instituto, concretamente de Educación Física, tenía plaza en propiedad. Juan era un gran amante del deporte, al margen de sus funciones entrenaba un equipo de balonmano. En tanto duraba su estancia en el pueblo, Alicia había alquilado un pisito allí. No podía ir y volver a diario a la ciudad.
Aquella tarde se llevaba tarea a casa. Acarreaba con varias carpetas de apuntes y algunos libros de la biblioteca. Oyó, a su espalda la voz de Rafa, bronca, desgarrada, inconfundible, tan dulce y tan montuna a la vez, con ese acento cerrado, que arrastraba las chés, se comía la mitad de las palabras, y entremezclaba el ceceo con el seseo.
-Vas muy cargada, profa ¿necesitas ayuda? –el chico ya estaba ante ella, tomando los libros y los apuntes entre sus brazos – Te acompaño.
-Vaya. Gracias.
Rafa tendría dieciséis o diecisiete años, aunque tanto por su estatura, como por su aspecto, aparentaba mucha más edad. A Alicia le caía bien, aunque a veces la incomodaba, porque miraba con bastante descaro. Sus ojos, de color castaño profundo, parecían penetrar en sus pensamientos. Entre los profesores no despertaba muchas simpatías. La mayoría opinaba que era demasiado impertinente, pero ella siempre lo defendía. Le gustaba su independencia y le hacía gracia su frescura.
Caminaron charlando. El chico afirmaba que no le gustaba estudiar. Sus planes para el futuro pasaban por tener su propia empresa de motos, arreglarr, comprar, vender motos, prepararlas, mimarlas. Ella le sugirió que estudiara ingeniería mecánica. Él sacudió la cabeza, respondió:
-No, profa. No voy a estudiar una carrera, tengo la chola demasiado dura. Y no tengo paciencia para chapar sentado más de diez minutos seguidos.
-La preparación es importante, Rafa, aunque tu familia tenga un huerto, no es suficiente.
-Ya, pero yo ya sé más de motos que lo que me puede enseñar nadie. Aprendí a montar antes que a andar. Y es lo que más me mola en el mundo.
-Piénsatelo bien, de todas formas –y Alicia cambió de tema porque tenía una curiosidad. Estaban llegando a la casa.
-Claro, ¿tú entiendes algo de fontanería?
-Muy poquito, ¿tienes algún problema?
-Sí, con la cisterna. Iba a avisar al fontanero, pero a veces los chicos tenéis idea de eso.
-Yo te lo miro, si quieres.
Rafa subió con ella. El apartamento era pequeño, pero agradable, con un saloncito cómodo, una cocina relativamente amplia, un dormitorio y un baño. No tenía más. El chico se demoró un ratito en el baño, inclinado sobre el depósito, trasteando. Resolvió el problema de forma provisional. Era necesario sustituir una pieza rota. Él se ofreció a comprarla y terminar de repararlo el día siguiente.
-Eres muy amable, Rafa, gracias. Y eso que dicen que eres arisco.
-Sólo soy arisco con la gente que no me gusta.
Rafa la miraba, bañaba su cuerpo de verde, como si la acariciara. Alicia se estremeció. Tuvo que repetirse varias veces que sólo era un niño, y que ella le doblaba la edad.
-Querías un refresco ¿no?
Preparó dos. Se sentaron el sofá.
-Eres muy guapa, profa.
-No digas tonterías. Las niñas de tu clase sí que son guapas.
-Son un hatajo de bobas. Tú no te pareces nada a las otras profesoras, eres distinta. Y no te vistes como ellas.
-Eso ya me lo han echado en cara –Alicia rió –. Hay quien me ha dicho que no es adecuado que una profesora no se distinga de las alumnas.
-Pura envidia, porque te ven joven y guapa. Y tienes unas piernas preciosas. Te sientan muy bien las falditas cortas.
-Vaya –Alicia volvió a reír – que piropeador eres.
-¿Estás casada?
-Sí, estoy casada. ¿Y a ti no te gusta ninguna chica?
-Sí, una. Pero ahora no está aquí. Está estudiando fuera. Cuando ella vuelva a final del verano, yo ya estaré en Sevilla. No sé cuando voy a volver a verla. Bueno, no importa, ahora me gustas tú. Mogollón.
La mirada de Rafa no dejaba lugar a dudas. Perforaba sus ojos. Ella intentó encauzar la conversación por otros derroteros.
-Tú también me caes muy bien.
-No te escaquees. Me gustas como una mujer le gusta a un hombre.
Rafa era directo, no sólo en su forma de mirar, también en su manera de hablar. Tenía fama de decir lo que pensaba, sin importarle un pepino lo que pudiera objetar nadie. Alicia se removió.
-Rafa...
-Y yo a ti te gusto. Como un hombre le gusta a una mujer.
-... basta de tonterías.
-Y una polla tonterías. El otro día te pillé. Me estudiabas igualito que un gitano calcula el costo del caballo que le gustaría tener. Cuándo te diste cuenta de que yo te guipaba, te cortaste. No tuviste reaños de aguantarme la mirada, te pusiste como un tomate.
-Eso no es cierto.
-Anda que no.
-Te estás pasando, Rafa.
-Lo sabes tan bien como yo, cojones. No me tomes por gilipollas.
-No seas grosero. No consentiré que te dirijas a mí en ese tono.
Alicia, muy seria, ocultaba su desasosiego tras la máscara de la indignación. El chico compuso una expresión entre contrita y guasona, unió las dos manos ante su rostro en un gesto de súplica, y la miró travieso.
-Perdona. No te mosquees conmigo. Soy un borde a veces. Lo siento, de verdad.
-Vamos a dejar este tema.
-Okey profa. Hablamos de otra cosa. Lo que tú quieras.
Charlaron. Ella se relajó un poco. Le hacía gracia la forma, desenfadada y graciosa, que tenía Rafa de relatar los chismes del pueblo, incluyendo comentarios, ruidos, imitando las voces, poniendo música, pero seguía irritada. Consigo misma, no con él. Debía haber sabido dominar la situación, pero los nervios se lo habían impedido, aunque temía que él había estado controlando la conversación en todo momento, y que continuaba haciéndolo ahora, a pesar de aquella mirada retozona, dócil y mimosa, como la de un gatito afligido por haber dejado asomar las zarpas del tigre que lleva dentro. Y lo peor era que el condenado niño tenía razón. Le gustaba como un hombre le gusta a una mujer.
La tarde siguiente, Rafa se presentó y terminó de arreglar la cisterna. No consintió cobrarle el dinero que le había costado la pieza que faltaba. Cuando Alicia preparaba dos refrescos en la cocina, Rafa se acercó por detrás, y ella, con un escalofrío, sintió las yemas de los dedos del chico, que acariciaban dulcemente sus hombros, y un besito tibio en la nuca. Se erizó, inquieta.
-¡Rafa!
-No te enfades conmigo, profa. Me gustas tanto. Dame un beso, por favor. Sólo uno.
Ella se volvió y lo encaró. Estaba muy cerca, tanto que la aturdía. Apoyó ambas manos sobre su pecho, presionó suavemente para alejarlo de su cuerpo.
-Pero tú estas mal de la cabeza, Rafa. Aunque me gustaras...
-Yo sé que te gusto.
-No me gustas.
-Embustera.
Rafa estrechó su cintura, ella sintió que estaba perdiendo el control. Lo empujó un poco.
-Eres muy atractivo, Rafa. Y pareces mayor. Pero eres un niño.
-No soy ningún niño.
-Eres menor. Y yo soy tu profesora. No es lógico.
-A la mierda la lógica. Yo sé lo que quiero.
-Búscate una niña de tu edad.
-No quiero niñas de mi edad. Te quiero a ti.
-Rafa apártate.
-Un piquito sólo. Tú tienes tantas ganas como yo.
-No digas bobadas.
-Te huelo las catecrinas, o las feromonas, o cómo coño se llamen. Yo soy como los perros, huelo esas cosas.
Alicia no pudo evitar soltar una carcajada.
-Pero ¿tú te crees que esa es la forma de conseguir que una mujer te bese?
-No te rías de mí.
Ella sintió el calor de aquellas manos firmes, que rodeaban su cintura con fuerza y la arrimaban a su cuerpo. Se dejó llevar. Y se encontró con una boca de hombre, unos labios abrasadores, una lengua voraz. Las tripas se le retorcieron tanto, que hasta borbotearon. Respondió al beso con la misma avidez, con la misma ansia, sintiéndose culpable, atrapada en la red de mordiscos y de besos que Rafa tejía alrededor de su boca.
-¿Ves como te gusto? –susurraba –. No tengo mucho tiempo. Es mi último deseo antes del destierro. Hazlo conmigo, por favor.
-Rafa eso es una barbaridad.
-Hazlo conmigo. Por favor, por favor, quiero pasar contigo el tiempo que me queda.
-Eres menor.
-Mírame bien. Soy un hombre.
-Un hombre menor de edad.
-Sé lo que quiero.
La volvió a besar. Rafa la notaba flaquear entre sus brazos. Alicia estaba a punto de dejarse ir, se abandonaba a sus caricias y a sus besos. Pero tuvo un fogonazo de lucidez. Lo rechazó, le retiró los labios, con esfuerzo.
-Rafa –susurró –, eres virgen.
-Sí.
-¡Lo que faltaba! Ni se te pase por la imaginación que vas a perder la virginidad conmigo. Eso ni soñarlo.
-No quiero estrenarme con ninguna otra.
-Rafa, no.
Él gimió. Besaba su mandíbula, su cuello.
-No me mientas. No me digas que no te gustan mis besos.
-Eres muy seductor. No te será difícil encontrar una chica que quiera acostarse contigo.
-Eso ya lo sé. Me podía haber follado ya a quien se me hubiera antojado. Si no lo he hecho ha sido porque no me ha salido de las pelotas.
-Yo no puedo. De ninguna manera, Rafa.
-¿Y si no fuera virgen?
-No lo sé, Rafa, pero quítate de la cabeza esa estupidez de que te quieres estrenar conmigo. Eso sí que no.
-Si esa es la pega, me buscaré la vida. Pero después...
-No insistas.
-Dame otro beso.
Rafa atrapó con sus manos las de Alicia, que estaban aún apoyadas en su pecho, y se las llevó alrededor del cuello. La rodeó con los brazos y la besó de nuevo. Ella acariciaba los cabellos cortos y ásperos. Las manos de Rafa circulaban por su espalda, una de ellas subía por la columna y cercaba su nuca, enterraba los dedos en el nacimiento del pelo, la otra oprimía sus nalgas. Su cuerpo, joven y fuerte, la buscaba, y se adhería al suyo. Ella lo sentía arder, excitarse. Él besaba su barbilla, sus comisuras, sus párpados, “Rafa –murmuró sin aliento–, será mejor que te vayas”, “qué pasa”, “por favor, vete ya, me gustas demasiado”. Apretándola, como si quisiera fundirse con ella, murmuró con la boca pegada a su sien y la voz más ronca que nunca:
-Okey me abro, pero la próxima vez que te bese ya no seré virgen, y no podrás volver a darme largas. Te gusto demasiado. Como tú a mí. Es impepinable, acabarás enrollándote conmigo y tú lo sabes.
Alicia no volvió a verlo hasta diez días más tarde. Era sábado. Juan pasó el fin de semana en el pueblo. Los profesores del instituto tenían una cena el viernes y algunos, como ella, acudieron acompañados de su pareja. Tras la cena fueron a tomar unas copas a la calle del barullo, como definían en el lugar a la zona en que una sucesión de naves, acondicionadas como discotecas, ofrecían distintos tipos de música y ambientes. Jóvenes y menos jóvenes se agolpaban en el interior y en el exterior de los locales, bailando, bebiendo, fumando. El grupo de profesores entró en una de las discotecas más concurridas. Muchos de sus alumnos les saludaban, divertidos de verles por allí.
Mientras sus compañeros se organizaban y pedían las bebidas, Alicia fue a los servicios. De regreso, sintió una mano cálida, envolvente, que estrechaba tiernamente su cintura, y una voz abrupta, que acariciaba su oído, “hola, profa”. Las rodillas se le doblaron, giró hacia Rafa, que seguía hablando “ya no soy virgen, profa”. La penumbra de la discoteca oscurecía sus ojos, que, bajo las luces cambiantes, destellaban, como una veta de esmeraldas en el fondo de una mina, “¿qué has hecho? ¿no te habrás ido de putas?”, “ni de coña; me busqué una chiquilla de mi edad, como tú me dijiste, y ya no soy virgen, pero tú estabas, estás, todo el tiempo aquí”, Rafa se tocó la frente con el índice. Conduciéndola por el talle, casi imperceptiblemente, se había dirigido hacia un rincón oscuro detrás de la esquina de los servicios. Ocultos a las miradas ajenas, la aplastó contra la pared, la besó con ímpetu, la tocó como un hombre. Ella no pudo negarse. Como si su cuerpo hubiera tomado una decisión autónoma, con independencia de su cerebro, le echó los brazos al cuello y lo besó a su vez. Se besaron como dos amantes que se reencuentran tras un largo periodo de tiempo, hasta que Alicia tomó conciencia de lo que estaba sucediendo y se sintió avergonzada. La aterró la idea de que alguien pudiera sorprenderles, y lo apartó de sí, empujándolo hacia atrás, “ya está bien, Rafa; mi marido está aquí, estará extrañado; déjame salir”, “¿cuándo nos vemos?”, “Rafa, no”, aunque no hagamos nada, me da igual, sólo quiero hablar contigo, y besarte, y contarte como fue”, “vamos a salir de aquí, me están esperando”, “vale, pero dime cuándo”. Comprendió que no la dejaría escapar sin arrancarle una fecha, “pásate el jueves por la tarde por mi casa”, “¿me vas a tener así hasta el jueves?”, “no te hagas ilusiones: sólo quiero dejarte las cosas claras, esto tiene que terminar”. Antes de salir del escondite, Alicia sacó del bolso un clínex, le secó los labios húmedos, y los alrededores de la boca, se lo tendió. Él se lo pasó por la boca jugueteando, sonriendo, “dame otro beso”, “basta, Rafa; vamos”.
Atravesaron juntos la discoteca, entre la multitud encontraron a Juan, que la estaba buscando.
-¿Dónde te habías metido?
-Estaba charlando con Rafa –se lo presentó –, un alumno. Este es Juan, mi marido.
Se estrecharon la mano, Juan lo miró de arriba abajo, como evaluándolo.
-¿Cuántos años tienes?
-Dieciséis.
-Pareces mayor. Y todavía tienes que crecer. Y tienes los huesos anchos. ¿Sabes que tu físico es excelente para el enduro?
-Estaría bien, mister, pero en un par de meses me largo a estudiar a Sevilla.
-Otra vez será. Nos están esperando, Alicia. Encantado de conocerte.
-Lo mismo digo. Nos vemos, profa.
-Adiós, Rafa.
-Parece un chico agradable –comentó Juan pasando el brazo sobre los hombros de su mujer.
-Lo es.
Continuará…
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10 diciembre 2011
Años 70. La profa de matemáticas y mi desvergüenza.
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3 comentarios:
¿Donde están las motos en esta historia?
Ja, ja.... sí hay motos: Rafa quiere ser mecánico de motos ("Aprendí a montar antes que a andar"), y al conocer al marido de Alicia, este le dice que sería un buen piloto de Enduro.
Si es que miráis pero no veis... :-D
Una historia cojonuda... estoy loco por ver como acaba... Porque... leerla en una casa tranquila y bien acompañado... puede ser interesante ¿no? ;-D
TSM. Siempre.
Las aventuras y desventuras de un motero, cuando se ha bajado de la moto. JAJAJA.
Es una historia deliciosa.
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