A
"LionHeart" lo conozco aproximadamente desde principios de 1990, cuando
coincidimos en el trabajo. Es el típico tío sano con el que la amistad
nunca muere, incluso ahora que ya no vivimos en la misma ciudad. Y
aunque diga que no, es un enamorado de la moto... otro maniático, aunque
suave. Gracias a él, que me regaló la Bultaco Frontera Mk 11 370 de la historia, pude cumplir mi ilusión y correr en clásicas. Ahora mismo posee una Suzuki V-Strom 650 que piensa cambiar porque dice que se le queda grande para hacer solo ciudad... no se lo cree ni él.
Leedlo, porque la historia es muy buena.
Barro.-
No puedo esperar más, la veo entre las cortinas del salón, recostada en
la pared, grande, azul, con sus ruedas de tacos recién estrenadas. Hace
calor, es principios del mes de agosto, año 1988. Aún no son las cinco.
No puedo resistir mas, me pongo mis botas de hebillas, pantalón de
camuflaje, un polo de propaganda. Cojo el casco, coloco la palanca de
arranque en posición, abro la llave de la gasolina. Un intento, dos,
tres, ahora, brrrroom. Salgo sabiendo que muchas siestas en el barrio
llegan a su fin. Y a mí que más me da, voy a disfrutar.
Uahhh,
me pongo de pie, le doy al puño nerviosamente, enfilo el camino del
campo de fútbol, cruzo por la granja de Guillén, pista a la derecha…
vaya, se me han olvidado los guantes, pero ya no vuelvo. Stop. Cruce con
la carretera, nadie, enfilo el camino de La Solana, pista ancha, piedras sueltas, y mucho polvo. La Mk11
se crece, sube de vueltas, mas y mas, curvas amplias, a todo gas. No
hay nadie, el paisaje de viñedo va dejando paso a un bosque tupido de
pino rodeno, la pista se estrecha y empiezo el descenso al barranco de
San Marcos. Llevo muy poquito freno pero no importa, el motor me retiene
lo necesario. Los regueros de agua han horadado el camino dejándolo
hecho polvo, me obliga a afinar la conducción. Un par de curvas de
garrotillo, piedras sueltas y grava, enfilo la subida hacia el campo de
las herrerías. A la derecha hay un barranco con el Regajo al fondo, se
puede dar gas, pero con conocimiento, pues un fallo y te vas al carajo.
Por fin llego al llano, de frente la senda del Pino Gordo, a la
izquierda Campo de las Herrerías, la pista se abre ancha y facilota y yo
todavía no llevo a la mk11, ella me lleva a mí, yo lo sé, así que me
voy a lo seguro, recta de un kilómetro, que apuro a toda leche.
Noto
una brisa fresca en los brazos. Llego al cruce, de frente Las Blancas, a
la derecha Valdesierras, indeciso freno trasero y derrapo contra mi
voluntad, pero gustándome. Ahora empiezo a ver algo de lo que se me
viene encima, en este giro a derechas, veo unos nubarrones negros que
no me gustan nada. La pista es buena y la adrenalina se me amontona en
el cerebro, me lleva en volandas, ¡¡¡allá vamos!!!. Una senda pedregosa y
con grava suelta se abre a la derecha, me lleva del tirón al repetidor
de ICONA. De pie en las estriberas llego al final, que bueno soy.
La
nubes negras han tapado al sol, ahora tengo frío, vuelvo por la misma
senda y me reincorporo a la pista buena, decido seguir hacia el este, de
lleno a las nubes negras, pero me daría igual volver por donde había
venido. Era consciente de que estaba en el punto de no retorno. Había
que tirar. En aquellos barrancos, una tormenta era lo más acojonante que
te podía ocurrir, los rayos iluminaban todo, y los truenos retumbaban
hasta ponerte la piel de gallina. Estaba seguro que no me libraba de
una buena. De frente el letrero de “Tuejar” y a la derecha “Charco
Negro”. Lógicamente cuando todo puede salir mal, sale mal, y el peor
tramo de la excursión era el que me venía ahora, y yo lo sabía.
Pendiente a tope hacia el barranco, camino estrecho, piedras sueltas por
un tubo, agujeros de todo tipo, baches, curvas emboscadas, cortados de
infarto, polvo, pocos frenos y yo con prisas, tormenta evolucionando,
acojone general, poca experiencia y menos gasolina, un cóctel explosivo.
Estoy en plena bajada, los brazos ya tensos a más no poder, me duelen
las manos, y empieza a llover. Mierda mierda mierda.
Y
casi se hizo de noche. Otra preocupación más: que por favor nadie venga
de frente, no llevo faro delantero y entre que yo no lo voy a ver y el
que venga tampoco me verá a mi, se puede liar.
Oigo
los truenos, pese al ruido de la moto. Fogonazos sobre las rocas, que
son los rayos que caen una y otra vez. Realmente me pregunto porqué me
ha dado por salir, si estaba estupendamente rascándome las pelotas en el
sofá. Uf, el polvo se convierte en barro, hay regueros atravesando el
camino, no se que tengo que hacer, si dar gas, si frenar, si ir de pie,
si sentarme… llego al fondo del barranco, mejor, prefiero subir, el tren
trasero va a su bola, y todo lo demás también. Estoy empapado, tengo
frío, pero solo quiero regresar a casa y, por supervivencia pura y dura,
tiro millas. Barro por todas partes, las lupas empapadas, no veo. Joder
que mierda. Si paro corro el riesgo de que me caiga un rayo, como le
paso al marido de la Benegevera,
que se salvó por la montura de las gafas, pero no volvió a cagar duro
nunca más. Estoy arriba ya en el llano y llueve menos. Tres kilómetros
después, en la Canaleta,
el camino esta prácticamente seco, pero yo estoy congelado. No me
atrevo a parar por miedo a no volver a arrancar. Cruce. A la derecha.
Aquí no ha llovido, está nublado pero no llueve. Esta claro que solo me
podía caer a mí. Llego a casa. El miedo ha pasado, respiro hondo. Ahora
me siento bien, estoy eufórico. Guaooo. Esto si que ha sido heavy,
pienso para mí. Ducaditos que me fumo “fet un home”. Ahora miro la
moto. Soy feliz. Llevo barro hasta en los calzoncillos…
¿O no es barro?
¿O no es barro?
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