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Aunque no hacía
mucho que me había comprado la montesa enduro 250 ya tenía una
considerable soltura.
Sabíamos que había
llegado nuestra hora: Luna llena, finales de septiembre y aún no
había llovido.
Llenamos el depósito
sabiendo que sería una luminosa, larga, emocionante y fructífera
noche de moto, que recordaríamos toda nuestra vida.
Fuimos a casa a
recoger la carabina del 22 y enfilamos los 5 km de camino por
carriles.
Al entrar en la
finca del conde, abrimos todas las cancelas, de forma que tuviésemos
la huida expedita en caso de necesidad.
Una vez encontramos
la manada, los perseguimos a cierta distancia con las luces apagadas,
hasta que terminaron por pararse. No tardamos en ver al enorme macho
enseñoreándose en su harén, mirándonos desafiante, bufando y
bramando, acostumbrado a los humanos que le traían semanalmente
alimento.
Alejandro se puso de
pié sobre los reposapiés de la moto apoyando el rifle sobre mi
hombro. Se lo tomó con calma, apuntándole al más grande en la
paletilla. El 22 es un calibre pequeño, por lo que le tuvo que
pegar varios tiros.
Cuando intentamos
montar el gamo en la moto, vimos en seguida que las cuernas por una
parte y las patas por otra arrastraban por el suelo, de forma que
era imposible transportarlo en esas condiciones.
Decidimos volver a
casa para coger un hacha, no sin antes abrir todas las cancelas de la
finca, a fin de facilitarnos la huida en caso de necesitad.
A la vuelta, el gamo
estaba empezando a enfriarse, ganando rigidez. Debíamos darnos
prisa, o de lo contrario sería un problema para transportarlo.
Le cortamos la
cabeza y las patas, a la altura de la rodilla. Lo destripamos. Ya no
tendríamos que transportar 80 kilos, sino 60.
Las ganas de
venganza suelen avivar el ingenio, lo que se unió a la natural
inspiración de mi hermano. En medio de la dehesa había un gran
bebedero para las bacas. En la cabecera se alzaba una cruz, elevada
sobre una bóveda de algo más de un metro de altura, al efecto de
que se viese desde toda la finca.
¿Dónde creéis que
plantamos la cabeza del gamo? ¿Dónde la habríais plantado vosotros
para poder reíros recordándolo el resto de vuestra?
Empezaba a amanecer
cuando llegamos a casa. En la cocina, una gran mesa rectangular nos
sirvió de sala de desguace.
Mi madre llegó a la
cocina muy encabronada, llamándonos salvajes, amenazando con
quitarnos las motos, las escopetas y los rifles, pero desde el
principio me di cuenta que el enfado tenía parte de fingido. ¿Qué
señora de una casa con pocos recursos le hace ascos a 30 kilos de
carne? A los pocos minutos cambió de actitud. Sin dejar de estar
seria, organizo el congelador y empezó a dar órdenes.
Mi hermana tenía
por entonces un novio que estudiaba medicina, que no perdió la
oportunidad de hacer prácticas de anatomía despiezando al gamo.
Ni que decir tiene
que nos pasamos un mes comiendo gamo.
¿Conocéis el
chiste del que se pone muy triste después de tirarse a Clauida
Chifer, con la que vive en una isla desierta, por no podérselo
contar a su amigo?
¿Qué clase de
venganza era si el conde y familia no tenía la certeza de que
nosotros éramos sus protagonistas?
Así que aún
quedaba lo mejor de la aventura.
La tanto la moto
como nosotros estábamos llenos de sangre.
Era san viernes y
los pub de copas del pueblo estaban a tope. No tardamos en
encontrar el coche del hijo del conde.
Las señoritas eran
pocas, nosotros al pueblo, que es mas abundante.
Nos encontramos las
ruedas de las motos vacías. Mejor así, que se den por vengados.
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